Ancho, musculoso, firme y bronceado por las innumerables horas pasadas al sol siendo el guerrero que era, Kaizan era todo lo que una mujer podía pedir. Su mirada recorría los rizos de pelo en su pecho. Llevó su mano a su pecho y pasó sus dedos por allí. Su pecho se elevó bajo su toque y los músculos de su cuello se tensaron. Llevó sus dedos a sus pezones que se endurecieron bajo su tacto. Quería succionarlos allí, morderlo y besarlo.
Bajó sus dedos más y siguió la fina línea de pelo que iba hacia su ombligo y luego hacia la masiva erección que había hinchado entre sus muslos. Eso capturó su mirada y sus labios se separaron. Con dedos temblorosos, rozó su erección y esta pulsó. Los músculos de sus muslos estaban tensos. Él la atrajo hacia él y aplastó su piel contra la de él, desatando el caos en su cuerpo y sus emociones. Su pelo rozaba contra su piel, sus pezones y el calor entre sus muslos se elevaba a un nivel febril. Los jugos comenzaron a fluir calientes.