Un calor oscuro serpenteba por su cuerpo mientras Kaizan sostenía su muñeca firmemente, tan fuerte que seguramente le dejaría marcas. Deseo, lujuria, miedo: se desplazaban a través de él en una ola implacable. Sus frágiles hombros, brazos delgados y suaves pechos que anhelaba acariciar y succionar. Lo habían empujado a la locura que había mantenido a raya durante tantos años.
Solo había sostenido sus muñecas, pero el calor que surgió a través de ellas fluía, envolviéndola lentamente en círculos, abrazándola con su calidez y luego mezclándose con su propio calor que se había acumulado en su vientre. Y ahora Olivia no podía negar que deseaba al hombre frente a ella desde que lo vio por primera vez en el hueco del árbol. El lobo hacía realidad sus fantasías. Era como un puma en su caza y ella estaba dispuesta a ser su presa. Miró a sus ojos avellana cálidos e infundió cada ápice de deseo que sentía por él.
—Kaizan.