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—Tengo que decir una cosa: huyes de tu hogar sin pensar en tu seguridad —dijo él.
Olivia se movió inquieta y tragó saliva. Realmente se sentía como una tonta, pero no dejó que ese sentimiento se manifestara en su rostro. —No llevo armas cuando vengo aquí —dijo mientras se daba cuenta de que él absorbía cada detalle de su apariencia, su ropa y luego sus pies sucios.
—Tenías tanta prisa por salir de tu casa que ni siquiera te pusiste las botas ni llevaste un arma.
—Así fue.
—¡Qué tonta eres! —dijo él y gruñó peligrosamente.
No supo cuánto tiempo se miraron el uno al otro, pero se sintió atrapada por su mirada en esos ojos avellana y se encontró congelada en el lugar, inmóvil en esa posición. —Deja de estar ahí parada y de hacerme perder mi tiempo —dijo ella.
—Oh, así que sí sabes luchar —respondió él con una sonrisa que le mostró ese hoyuelo otra vez.
—¡Sí!
Levantó su espada y dijo —Entonces luchemos por tu vida y por la mía.