—La cosquilla que Iona sentía en su espalda se convirtió en picazón —extendió sus manos hacia la espalda y empezó a rascarse—. Quería rasgarse la ropa y arañar su piel. La picazón le quemaba la piel. ¡Rolfe! —exclamó—. ¡No lo soporto! Quema.
Inquieto por lo que le estaba sucediendo a Iona, Rolfe inclinó la cabeza hacia su espalda para ver. Sus garras estaban fuera y estaba cortando su vestido. Moretones empezaron a aparecer en la línea de su columna. —¡Oh Dios! —murmuró Rolfe—. Capturó sus manos para impedirle que se rascara. Ella gruñó hacia él. —¡No lo hagas Iona! —él gruñó de vuelta—. Está sucediendo algo extraño. Se giró a ver a Adriana, quien fruncía el ceño ante la reacción de su hija. —Sus tatuajes—¡están desapareciendo! —dijo con la mandíbula caída—. Están desvaneciéndose.
Los ojos de Adriana se abrieron de par en par. Fue a sentarse detrás de su hija. Íleo y Anastasia también se unieron a ellos. Kaizan se había transformado y junto con Haldir, corrieron hacia ella.