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—Awww —Siora escuchó la voz de Paige como si estuviera mirando algo muy tierno.
—¡Ruvyn! —dijo Paige emocionada—. ¡Lea, mira! —Lea caminó hacia la Inyanga que sostenía al pequeño Ruvyn en sus manos. Envuelto en un traje de franela de osito de bebé azul que cubría su cabeza y tenía dos orejitas en la capucha, Ruvyn llamaba inmediatamente la atención. Cuando Inyanga le pasó al pequeño a Paige, él empezó a llorar. —No, no, bebé. No llores —ella dijo.
—Inyanga se rió suavemente. —Todavía no se siente cómodo con extraños que no sean Anastasia e Iona —dijo mientras lo tomaba de nuevo en sus brazos. En cuanto Ruvyn olió y sintió el calor de su madre, se calmó.
—Sí, mi hijo no va con extraños —dijo Haldir con orgullo—. Pero— pero le encanta cuando le canto una canción de cuna.
—¿En serio? —Inyanga levantó una ceja—. ¡Eso sí que es una exageración del milenio! Porque Ruvyn se ríe cuando le cantas una canción de cuna y sigo escuchando perros ladrar, pues tu voz les lastima los oídos.