Su cuerpo estaba tan débil que justo después de hablar con Aed Ruad, habría desmayado si no fuera por el guiso de conejo que un sirviente le había traído. Lo comió con hambre y se preguntó cómo Aed Ruad manejaba este lugar con recursos limitados y un tiempo desagradable. Pero entonces se convenció de que no era asunto suyo. Se dijo a sí misma que su madre quizás también había desviado algo de dinero para este lugar.
Conforme la comida entró en su estómago, no pudo evitar pensar en cuándo había sido la última vez que había comido tan bien. Con un gemido que reprimió, terminó rápido el guiso. Siora se limpió la boca con la manga y tomó un profundo respiro de satisfacción. Cuando abrió los ojos, encontró a Aed Ruad aún sentado en la silla. Sabía que Seraph había emergido y hablado con él, pero no sabía de qué porque para entonces casi se había desmayado.
—¿Hablaste con tu padre? —preguntó con voz baja.
—Lo hice —respondió él.