El sanador cayó, la húmeda y fangosa tierra se precipitaba hacia su rostro. El impacto fue duro y su nariz empezó a sangrar. Desde la esquina de su ojo, vio al caballo relinchar de miedo. El animal huyó en la noche, desapareciendo detrás de la alta hierba en la oscuridad de la noche. El pánico se apoderó de su pecho y lo primero que hizo fue comprobar las viales de sangre en su bolsillo. Estaban intactas.