Íleo lideraba el equipo que construía el túnel hacia el palacio. Aunque Caleb estaba utilizando toda su energía para mantener la fachada de más de cien soldados, para cuando llegó el mediodía, su energía se debilitó. Sentado en la habitación desde donde extendía su mana para camuflarlos a todos, ahora estaba sudando profusamente. Sus ojos se habían vuelto acuosos y su garganta estaba seca como el desierto. Su respiración se había vuelto superficial y si lo extendían por otra hora, se desataría el caos.
Cada soldado sentía un pequeño tirón cuando pasaban a través de su escudo mágico. Era como si un hilo los hubiera atado a Caleb. Sin embargo, ahora el hilo se estaba debilitando y sentían que Caleb los estaba llamando de vuelta.
El primer equipo no había ido muy lejos y su líder, el Príncipe Rolfe, les pidió que se retiraran en cuanto sintió que la magia de Caleb se había debilitado.