Rolfe quería venir dentro de ella, pero si lo hacía, probablemente la asustaría. Rodeó su cuello con su mano y siseó. Como había predicho, no pudo durar mucho. Pronto terminó sobre su vientre con un rugido que sofocó contra su piel. Gruñó y gruñó hasta que hubo eyaculado arco tras arco sobre su vientre. —¡Iona! —dijo su nombre repetidamente—. Serás mi perdición. Y lo sería si no se casaba con él o si lo dejaba aunque fuera por un día.
Se desplomó y enterró su rostro en el hueco de su cuello. Ella era exquisita y ahora que había probado su sabor, nunca la dejaría. Sintió sus pequeños colmillos rozar su hombro y sofocó otro gemido. Sabía que ella quería marcarlo y él estaba más que listo, pero tenía que ir despacio. Se quitó su túnica y luego limpió su vientre. Antes de desplomarse a su lado, la atrajo hacia su pecho, sintiendo que podría conquistar el mundo con ella a su lado.