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Rolfe desvió su mirada entre sus labios y sus ojos y dijo —No sabes cuánto deseo estar contigo, Iona. Y soy consciente de que tu lobo me necesita. Por favor, déjame cuidar de tu lobo.
Iona suspiró y ronroneó. Él se inclinó y sus labios chocaron contra los de ella en un beso implacable. Lamió la unión de sus labios para entreabrirlos.
La cabeza de Iona daba vueltas con vértigo. Estaba envuelta en su olor que la calmaba a tantos niveles. ¿Cómo podía oler tan bien un hombre? Era imposible resistirse al hombre frente a ella, imposible resistirse a esa lengua que quería adentrarse en su boca y Iona... se encontró deseosa de sentirlo, de experimentarle. Él rodeó su cintura con un brazo y con el otro copó la nuca de ella y la presionó fuertemente contra su pecho. Ella gimió en su boca mientras sus senos se volvían pesados y sus pezones se endurecían. Y por si eso no fuera suficiente, ella se preguntaba cómo se sentirían sus labios sobre ellos. Maldita sea.