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Anastasia clavó sus uñas en sus hombros haciendo medias lunas crecientes y solo consiguió excitarlo aún más. Se separó de sus besos solo para presionar su rostro contra su hombro. Se atrevió a mirar su pene y se dio cuenta de que era tan masivo que sería notable desde cien yardas de distancia. Jadeó.
—No te preocupes —dijo con una voz gruesa y profunda—. Nunca te haré daño…