Íleo dejó la bandeja de comida en el suelo y la atrajo hacia él para que ahora ella estuviera sentada en sus muslos. Sus manos alcanzaron la parte superior de su toalla y estaba a punto de abrirla cuando ella sostuvo sus manos.
—No se supone que debas tener sexo —dijo con una mirada intensa.
—Ridículo —dijo él y abrió su toalla, que se amontonó cerca de sus caderas, liberando sus pechos—. ¿Sabías que el sexo mantiene saludables a los hombres lobo? —dijo mientras rodaba sus pezones. Sus ojos viajaron hasta la parte superior de su sexo y se quedaron en la mata de pelo rizado entre sus muslos. Se lamió los labios.
—¿Lo es? —preguntó ella, su mente quedó en blanco inmediatamente.
—Hmm.
—Tus sanadores me van a echar y no quiero eso —dijo ella mientras empujaba sus pechos en sus manos.
—¡Los echaré yo primero! —Realmente lo pensaba. De repente, entrecerró los ojos y preguntó—. ¿Te duele el estómago ahora mismo?
—No —ella negó con la cabeza ligeramente.