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Íleo la miró con pasión en sus ojos y le dio un beso en la frente. Entrelazó sus dedos con los de ella y preguntó —¿Qué estás pensando de mí?— su lobo también complacido por escuchar su respuesta. Rozó su pulgar en el interior de su muñeca y presionó sus nudillos contra sus labios. La piel de ella hormigueó cuando él hizo eso e invocó el deseo de tenerlo en otro lugar de su cuerpo. La atrajo hacia su regazo.
Ella miró la herida leve en su brazo donde Circe había intentado atacarlo —Deberíamos llamar a los sanadores para que tu herida sane rápido—. Aunque ella podía ver que su piel ya había empezado a sanar.
—No es nada —dijo él— y encurvó sus dedos bajo su barbilla para levantarle la cabeza. Las mariposas revoloteaban en su estómago y su pecho se elevaba y caía rápidamente. El pensamiento de que Circe lo había herido la llenó de rabia. Odiaba a la bruja por siquiera intentar lanzar sus garras hacia él. Tragó su saliva cuando su mirada cayó nuevamente en su herida.