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—¡Anastasia! —escuchó abrir la puerta—. ¡Íleo te llama! —dijo Darla.
Parecía alterada. Su respiración era entrecortada y la urgencia de sus palabras la hacían sentirse inquieta.
Saltó de la cama y siguió a Darla a través de los corredores, el patio y luego fuera del templo. Había un silencio inquietante en todas partes. El corazón le latía acelerado como un caballo salvaje desbocado, llegó a donde estaba Íleo. Él estaba de pie en el escalón más alto de la escalera.