—No es nada, Lila —dijo Cora con afecto maternal—. Estoy mandando a hacer otra para ti. Es de color rojo y será tu regalo de bodas.
—¡Ohhh, Coraaa! —maulló Lila como un gatito—. Eres demasiado amable.
—No, Lila, me encanta consentirte —dijo Cora y volvió su atención a Anastasia—. Su respiración se entrecortó y le fue imposible apartar la vista de la chica. Tenía un suave halo alrededor de su cabeza y la diadema dorada solo realzaba su belleza.
—¡Escucha, escucha! —Lila atrajo su atención, un hilo de miedo se abría paso en su corazón—. Lila titubeó y abrió su bolso. Sacó una pequeña caja de terciopelo rojo y la abrió. Tomando dos rubíes de ella, los apretó, uno en cada palma. Colocó sus manos sobre la mesa y abrió lentamente las palmas. Pequeños rubíes brillaban en sus palmas pequeñas. Levantó sus pesadas pestañas y abrió mucho sus ojos delineados con kohl. Luego estiró las manos hacia adelante. —¿Cuál de estos es el verdadero, Anastasia? —preguntó con una voz melodiosa.