Anastasia se levantó de la cama y se hizo un nudo bajo con el cabello. Íleo saltó de su silla y caminó hacia su desnuda esposa. La rodeó con sus brazos y tocó su espalda. Ella sintió calor corriendo por sus omóplatos. Quería detenerlo, pero para entonces él le liberó las alas. Las gigantes alas cayeron detrás de ella. Ella lo miró con el ceño fruncido. Sus ojos ardían como luciérnagas doradas en la oscuridad.
—Eres una princesa de las hadas, Anastasia. Y quiero que todos sepan que eres especial —dijo él mirando dentro de sus ojos de zafiro.
Su pulso se aceleró.
—No soy especial.
Él recorrió con sus dedos sus pómulos hasta su barbilla.
—Eso es incorrecto, amor. Eres muy especial para mí y eres extremadamente especial para el reino de Vilinski. En cuanto a Draoidh, tenemos que reclamar tu lugar especial aquí —entrelazó sus dedos con los de ella y ella sintió el conocido chispazo de electricidad entre ellos—. Me aseguraré de que así sea.
Ella sonrió.