Íleo se quedó completamente quieto y su mente no podía entender las frases que sus hombres intentaban comunicarle. Los sonidos amortiguados llegaban como si estuviera usando tapones para los oídos. Los miró con una mirada inexpresiva. Todo sucedió en una fracción de segundos. Se formó un nudo en su estómago y por un tiempo quedó en blanco como si su cerebro hubiera dejado de funcionar. Sus labios se separaron mientras miraba atontadamente a sus hombres. Si hubiera sido él quien abriera el ataúd en lugar de Guarhal, habría estado allí. Cubrió su rostro con las manos en total shock. Cuando las retiró, frunció el ceño mientras miraba el ataúd para entender lo que acababa de suceder. Quería arrancar a Guarhal porque tan pronto como abrió el ataúd, sintió que las luces cerúleas no eran solo luces mágicas que tenían aire para respirar sino que había algo más en ellas. Olía… a hechicería.