—¿Por qué no puedo usarlo? —preguntó—. Era tan cómodo y se había acostumbrado a él. Por la noche, Íleo encadenaba sus alas y ella podía dormir adecuadamente, pero durante el día, él se aseguraba de que ella usara el atuendo después de desencadenar sus alas.
Él caminó frente a ella y abotonó su túnica. —Vamos.
—¿Has tenido noticias de los Mozias? —preguntó ella, esperando que él le permitiera conservar su atuendo, pero él tomó su mano y salieron de la alcoba. Su cabello estaba trenzado firmemente y la trenza caía sobre su hombro. Ella la recogió y la empujó hacia atrás entre sus alas.
Negando con la cabeza, dijo: