Darla frunció el ceño e inhaló profundamente para oler olores desconocidos, pero no había nada. Un árbol perdía sus hojas mientras el viento soplaba.
—¿Qué ha pasado? —preguntó él, mirando al mismo lugar.
Ella negó con la cabeza. —Solo son las hojas —respondió, frotándose los brazos con las manos.
Como por reflejo, Aidan le extendió su calor. Ella rió entre dientes. Era la primera vez que lo hacía en dos semanas y eso le hizo sentir… eufórico.
—Deberíamos volver. Los demás deben estar esperando —dijo ella—. Íleo no quiere quedarse mucho tiempo en un mismo lugar.
Él asintió y luego se levantó. Extendió su mano y ella la tomó para levantarse. Aidan recogió el cuenco y juntos caminaron hacia el campamento. Mientras regresaban, Darla se detuvo. Miró al cielo y exhaló pesadamente. Era como si quisiera purgar su pasado con esa exhalación. Aidan la observó. Cuando comenzaron a caminar de nuevo, sus dedos rozaron los de ella de vez en cuando. Esta vez ella no se alejó.
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