—Anastasia lo miró y dijo —Enséñame.
Su mirada volvía a posarse sobre su miembro.
Se pulsaba bajo su mirada.
Metió sus manos dentro de sus pantalones y apartó su pelo allí. La vista de su pene era suficiente para embotar su ya perdida razón, incendiando su cuerpo. Quería bajarle los pantalones y verlo en todo su esplendor. ¿Pero podría? Bajo el árbol sauce llorón, estaba oscuro, pero no ajeno al ruido. Sus ojos recorrieron la longitud de su miembro con amor.
—Monta mis muslos —dijo él y la subió encima de él. Todo su conocimiento se limitaba a lo que había visto en las novelas.
En cuanto ella se montó en sus muslos, él dijo —Tómalo en tus manos.
Ella lo rodeó con sus manos. Estaba duro como una roca y sentía cómo se le enrojecía el rostro.
—Lame la corona —Sus caderas comenzaron a moverse involuntariamente, anticipando cómo se sentiría su lengua sobre él.