—Hay una invasión —dijo Regan con gravedad.
La cara de Elías se volvió más sombría cuando escuchó esto y sus ojos estaban fríos.
Asintió con la cabeza y dijo:
—Su Alteza, iré a informar al Príncipe Rex.
Regan no dijo nada y simplemente se alejó de ahí.
El sonido de su espada aterrorizaba al aire que le rodeaba conforme la sacaba de la vaina y caminaba a lo largo de los corredores.
Su cuerpo no desprendía nada más que crueldad.
En un instante, llegó a los corredores donde había visto a los invasores.
Sus fríos ojos rojos observaron los corredores vacíos mientras se quedaba ahí parado.
Y entonces, un momento después, caminó en una dirección con certeza, prediciendo que los encontraría aquí.
El campo de batalla donde Regan había luchado desde la edad de doce años le había enseñado cómo anticipar el próximo movimiento del enemigo.
Y, efectivamente, solo fue cuestión de unos momentos antes de que se encontrara con uno de ellos.