Unos minutos después de cerrar los ojos, una voz llorosa y familiar volvió a sonar en sus oídos.
—Nos encontraremos de nuevo... Espérame... —Draven se sobresaltó en su asiento. Sentía como si esa mujer estuviera susurrando a su lado, pero en el instante en que abrió los ojos, esperando verla, el lugar junto a él estaba vacío. Dentro de aquel silencioso estudio, no había nadie más que él.
Recobrándose de la influencia de ese sueño, se levantó y llamó a su sirviente. —¡Erlos! —La puerta se abrió con un golpe, pero solo lo suficiente para que una cabeza con cabello plateado se asomara. La travesura se podía ver en los ojos de su dueño. —¿Sí, señor? ¿Me llamó?
Draven le dirigió una mirada plana, sin decir nada. El joven elfo parpadeó lentamente y luego entró a la cámara con una amplia sonrisa en su rostro. —Ejem. Sus órdenes, señor.
A veces, Draven se preguntaba qué tornillos sueltos le habían permitido aceptar a un sirviente tan indisciplinado. Si no fuera porque Erlos era su subordinado más capaz, hace tiempo que lo habría echado del palacio.
—¿Por qué estás sonriendo? —preguntó Draven con su usual tono frío que nunca parecía llevar ningún tipo de emoción.
Dejó de sonreír de inmediato, —No es nada, señor. Espero que haya descansado bien.
—Habría podido descansar apropiadamente si hubieras detenido tus inútiles charlas con los otros sirvientes.
'Servir a un hombre aburrido como tú ya es bastante difícil. ¿Está mal encontrar mi propio entretenimiento?' pensó y vio a Draven mirándolo fijamente con esos ojos rojos ardientes como si pudiera adivinar lo que estaba pasando por su mente.
—Disculpas, Señor. —se inclinó inmediatamente.
Draven sabía que el joven elfo podía hablar sin parar si se le daba la oportunidad, así que lo interrumpió. —Informa a Leeora que se reúna conmigo por la mañana.
—Sí, Señor. —salió Erlos.
Poco después de que Erlos se fuera a ejecutar la orden que le habían dado, Draven también salió de su estudio, con la intención de regresar a su propio aposento. No había sirvientes en los pasillos y no había nadie de guardia fuera de su cámara para abrir la puerta por él.
El paso de Draven no se vio afectado. Con solo una mirada, la puerta de su aposento se abrió por sí sola. Sin embargo, se detuvo a mitad de paso cuando vio algo que le irritó.
—¡Erlos! —Los sensibles oídos de Elros captaron el fuerte llamado aunque ya estaba a varios pasillos de distancia. Estaba jadeando cuando corrió de vuelta hacia el rey frunciendo el ceño. —¿Q-Qué sucedió, señor?
—¿Qué sigue haciendo esa criatura en mi cama? —La desaprobación y la molestia eran claras en los ojos rojos de Draven.
El elfo no sabía si reír o llorar. '¡Oh mi rey! ¿Cómo puedes llamar así a una delicada chica humana? No es de extrañar que, a pesar de tu guapo rostro, sigas siendo impopular entre las féminas del reino.'
—Sácala de aquí. Tírala en algún lugar entre los humanos —instruyó Draven.
«Tirarla. Qué inhumano…», pensó Erlos con ironía. «Ah, él de todos modos no es humano... espera, yo tampoco lo soy. ¡Pero yo tengo un corazón blando! A diferencia de mi cruel maestro, ¡soy suave como el algodón!»
Sin embargo, el elfo solo podía mantener esos pensamientos en su cabeza. —He recibido vuestras órdenes, señor.
Poco después, un grupo de sirvientes del palacio llegó a la Cámara de Cama del Rey. Se llevaron aquel frágil cuerpo cubierto de vendas al exterior mientras un par se quedaba para limpiar la cama.
Draven, que estaba junto a la ventana, observaba a todos dentro de su cámara, causando que los espantados sirvientes se movieran más rápido de lo previsto.
Cuando la chica humana estaba siendo sacada, él vislumbró el perfil lateral de su cara que estaba parcialmente cubierto por su largo cabello caoba. Una extraña sensación lo envolvió. Entrecerró los ojos hacia ella, pero para entonces, ya la habían sacado de su cámara.
«¿Qué fue eso?», se preguntó a sí mismo.
Incluso después de que todos los sirvientes se fueran, Draven continuó mirando la puerta de su aposento, pero por más que pensara, no podía descifrar nada.
Después de que todos se fueran, Erlos volvió para revisar la Cámara de Cama del Rey, asegurándose de que nada anduviera mal. Aunque el joven elfo era un muchacho despreocupado que tomaba libertades de hablar libremente con Draven, era bastante meticuloso cuando se trataba de trabajo, el epítome de un sirviente responsable. Era tan bueno en su labor que era el único sirviente personal de confianza del Rey —él solo era suficiente para atender todas las necesidades de su maestro, a veces como mayordomo, a veces como ayudante, aunque solo debería ser un criado...
También estaba el hecho de que solo el travieso Erlos podía tolerar al malhumorado Draven a largo plazo. Era bien conocido entre los sirvientes del palacio que al Rey no le gustaba la gente en general, y tendían a evitarlo tanto como podían.
—Señor, la cama está lista. ¿Necesita algo más? —preguntó Erlos.
Draven caminó hacia la cama. —¿Le has informado a Leeora que me vea por la mañana?
—Sí, señor. He enviado el mensaje .
¡Ujú!
Ante el fuerte sonido, la cabeza del elfo se giró hacia la ventana. Una gran lechuza blanca como la nieve estaba posada en el alféizar de la ventana, sacudiéndose las plumas como si quisiera espantar el frío de la noche.
—Ah, Medianoche está aquí —exclamó Erlos y se acercó a la ventana para acariciarla. Draven ignoró a ambos y simplemente se acostó en la cama.
Mientras observaba a su maestro, Erlos le susurró al pájaro. —¿Ya te has enterado? ¡Él trajo una mujer a su cama!
La lechuza tenía una mirada de sabiduría en sus grandes ojos mientras ululaba en afirmación.
—Uno se quedará sin lengua mientras al otro le arrancarán las alas .
Antes de que el Rey pudiera hacer efectiva su palabra, la lechuza arañó al elfo, como si quisiera decir 'Esta es tu culpa', y luego huyó como si su vida corriera peligro. Erlos también salió del aposento a toda prisa, cubriéndose la boca mientras corría.