Ember podía escuchar sus propios latidos, fuertes y claros, y sus palmas se tornaron sudorosas mientras se aferraba la falda de su vestido.
—¿Debería voltearme para mirarlo? ¿Y si mi expresión le ofende? Oh no, ¿cómo es mi expresión? ¿Parece que tengo miedo? —sacudió la cabeza—. Debería estar bien. Él es mi compañero. He visto a Tigres Blancos e incluso a las razas emplumadas en sus formas bestia. Simplemente parecen animales grandes. No debería tener miedo de los animales. Los Dragones deben ser solo lagartos grandes con alas, ¿verdad? —repetía esas frases en su mente una y otra vez, pero cualquier valor que lograba acumular se evaporaba junto con el cálido aliento detrás de ella, la respiración fuerte pero relativamente superficial de una bestia divina.