Ember se despertó en medio de la noche. Había estado durmiendo desde que, sin querer, vagó por el campo de Flores de la Niebla de Cristal.
—Te amo…
—Yo también te amo, Ember…
Dentro de su mente, resonaba su propia voz junto a la voz cariñosa de un hombre a quien le había confesado su amor.
Al abrir los ojos, la vista familiar del techo de su propia cámara la recibió. Con los ojos entornados, miró alrededor de la habitación débilmente iluminada con una sola lámpara e intentó entender su situación.
—¿Qué fue eso? ¿Le confesé mi amor a Draven?
Su corazón se aceleró al pensarlo.
—¿Él me dijo esas palabras a cambio? —se colocó una mano en el pecho, su respiración se volvió superficial mientras un rubor de timidez se extendía por sus mejillas—. Lo hizo, ¿cierto? ¡Él respondió a mi confesión! ¡Dijo que también me ama!
Justo cuando se giró hacia su lado para verlo, lo que la saludó fue la vista de su lado de la cama vacío.
La desilusión la golpeó fuerte.