Ember caminó más adentro desde la entrada mientras intentaba identificar esa atracción particular que estaba sintiendo. Junto con eso, su mirada observó el interior de aquel salón de dibujo que más bien parecía la sala del trono de la reina. Grandes ventanas de cristal permitían ver el exterior, pero afuera había principalmente niebla.
En el centro de aquel salón circular vacío, había una corta y rocosa plataforma estilo pilar bien tallada que tenía un gran contenedor metálico circular y plano. Ember se acercó y encontró que tenía agua y sobre ella flotaban flores de Camelia. Las mismas flores que cubrían la mayor parte del jardín exterior y lo hacían ver hermoso.
—Estas flores han estado aquí por más de un siglo. Siguen iguales que el día en que Su Eminencia las dejó —informó Cornelia al ver que Ember miraba las flores.
—¿Por más de un siglo? ¿Cómo puede ser…? ¿No se…? —Ember se detuvo al darse cuenta de algo. En este reino, con la ayuda de la magia todo podría ser posible.