Después de disfrutar del té con los elfos, Ember pasó el resto del día dentro de su estudio, memorizando los caracteres rúnicos con una facilidad familiar, de vez en cuando picando postres o saliendo al balcón para tomar aire fresco.
Aunque le gustaba estudiar, no podía evitar sentirse inquieta desde que le habían dicho que se quedara quieta no por su propia voluntad. Se sentía enjaulada, como si su mundo estuviera limitado a este ala suroeste del palacio, y no podía esperar a que pasaran estos pocos días hasta que su sangrado se detuviera y se le permitiera salir a donde quisiera.
Miró la última página del libro del lenguaje rúnico frente a ella. Había terminado todo el libro en un lapso de dos días. Sus sirvientes estaban asombrados por su velocidad, e incluso ella misma se sorprendió de lo rápido que aprendió su contenido.