—¡Nadie más que yo! —Diana asintió con esas palabras mientras sus colmillos salían y perforaban agudamente la piel de su muñeca.
Ella tomó sorbos como una bestia hambrienta esperando durante meses. Pero cuando se dio cuenta de que su pulso se volvía más y más lento, finalmente dejó ir a la bruja.
—Deberás descansar, te llevaré de vuelta a tu aquelarre —susurró Diana mientras se limpiaba los labios que aún tenían unas gotas de sangre.
Una vez que lamió sus labios, Diana se sintió fuerte de nuevo. Corrió hacia la ventana y la rompió. Luego sostuvo a la bruja sobre sus hombros y saltó por la ventana.
El romper del vidrio no detuvo su velocidad, tampoco la altura a la que estaban.
Sostenía a la bruja firmemente en sus brazos y seguía corriendo incluso cuando los guardias vinieron a bloquearla. Los simples mortales no eran rival para su velocidad y poder.
Incluso si alguien lograba atraparla, ella perforaría su piel con sus colmillos y bebería su sangre hasta que murieran.