Diana esperó a que Rafael volviera con una mirada segura de que volvería. Pero él no vino.
Se movió inquieta en su asiento varias veces antes de levantarse y comenzar a caminar de un lado a otro en la habitación.
Conforme pasaba el tiempo, su ansiedad crecía. ¿Estaba empezando a desvanecerse el efecto del aroma? Se mordió el labio. ¡Eso no podía ser!
Incapaz de esperar más, salió de la habitación y fue a buscarlo cuando encontró a Hazel sosteniendo su cuello y amenazándolo con quemarlo porque le estaba siendo infiel y sus ojos brillaban con un tono carmesí con el deseo de quemar al brujo.
—¡Hazel! Te estás olvidando de tu lugar. No estoy atado a ti como para que me amenaces de esta manera. Tienes suerte de que aún estés de pie, si hubiera sido otra persona, ya la habría matado —él apartó sus manos bruscamente y se fue de allí.