Declan temía. Si no fuera por Anne, le hubiera dado una lección a Eva, pero tenía miedo de que si Eva llegara a su locura, entonces Anne nunca lo perdonaría.
No es que lo haya perdonado ahora... Pero aún tenía esperanza, ya que no veía odio en sus ojos, solo enojo.
Cerró los ojos.
—¿Estás renunciando, Declan? —preguntó ella con una sonrisa burlona—, te lo dije hace un siglo. El día que desarrolles una debilidad, seré yo la que gane de ti.
Sus ojos deslumbraban con las fieras chispas de fuego.
—¡Aléjate de mí, Anne!
—... ¿y qué si no lo hago? —preguntó de vuelta, sabiendo bien que él estaba perdiendo el control.