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—¡Estabas tremendamente sexy cuando amenazaste a un demonio! —Rafael rió mientras volvía con una botella de vino.
Alberto se la había regalado hace unos días, pero estaba tan inmerso en el trabajo que se había olvidado completamente de ella.
¡Pero esta noche! No podía apartar sus ojos de ella. Estaba tan hermosa. Todo lo que hacía, cada uno de sus movimientos era tan seductor, aunque no tuviera la intención de serlo.
No podía esperar a tenerla en sus brazos hasta que ella le rogara.
—¿Los has conocido a todos? —preguntó con un atisbo de sus pensamientos cuando ella levantó una ceja pero asintió con una sonrisa maliciosa.
—¿Te queda algo por hacer? —preguntó dándole una última oportunidad de escapar, pero ella negó con la cabeza.
Sus ojos brillaban con anticipación mientras los de él se llenaban de lujuria.
Asintió con la cabeza, miró a su alrededor como si una bestia escaneara sus alrededores antes de cazar a su presa.