Declan sabía que Anne estaba enojada con él, pero le sostenía suavemente las manos. Jamás se atrevería a lastimarla.
¡Mientras que ese desgraciado! La sujetaba tan fuerte que estaba seguro de que le dejaría un moretón. Quería golpearlo tan fuertemente. Si no fuera por su posición en el mundo mundano, ya habría matado al hombre con sus propias manos.
Pero…
¡No fue el hombre a quien Anne pidió que se fuera, sino a él!
—¡An! —la miró con una mirada suplicante, pero sus ojos solo se volvieron más fríos.
—¿No me escuchaste? Te pedí que te fueras. —esta vez ella usó su fuerza para soltar sus manos de su agarre—. No necesito tu preocupación. Entonces, sería mejor que me dejaras en paz.
No entendía ni qué hacía él allí. ¿No debería estar pudriéndose en el infierno?
—¿No escuchaste a la dama? Ya tomó su decisión. ¿Por qué la estás molestando? —Henry sonrió con suficiencia mientras empujaba a Declan.