—¡Esta perra! —El duque tiró la carne al suelo y golpeó la roca con toda su fuerza al levantarse. Sus ojos se habían vuelto rojos de ira y odio.
—¿Cree que es grande y poderosa porque ha atrapado a unos cuantos perros? —se burló con los dientes apretados, otros estaban seguros de que si continuaba usando tanta fuerza, algunos seguramente saldrían de su boca.
Pero al mismo tiempo todos tenían miedo. Todo el mundo sabía que el duque no tenía la costumbre de retroceder.
Estaba tan loco por el cargo que estaba dispuesto a aceptar la oferta dando a su hijo como esclavo de sangre a Rafael y a toda su futura generación.
Era una mujer maliciosa y el descarado desafío de Hazel había herido su ego.
—¿Cuántos hombres se esconden aquí? —preguntó con una inclinación de cabeza hacia los hombres que intercambiaban miradas de miedo.