Los pensamientos la mareaban y sentía que su cabeza daba vueltas. Habían sido solo cuatro veces las que se encontraron, y ya le estaba pidiendo que fuera su esposa.
Y la propuesta era completamente diferente a lo que ella había esperado.
—Bueno, sé que aún no eres mi esposa. Pero puedes fingir por ahora, ya que será la realidad tarde o temprano —él tenía una sonrisa burlona en su rostro como si dijera:
— ya has dormido conmigo. ¿A dónde puedes correr ahora? Eres mía.
Simplemente negó con la cabeza ante su rostro confiado.
—Es tu decreto. Así que deberías ir y participar. Confío en que cuidarás de ella tanto como yo lo haría —sus ojos lo miraban devuelta con esperanzas pero él negó con la cabeza suspirando.
—Tengo muchas cosas que manejar aquí. No podré irme. Aunque pudiera, como miembro del consejo, nunca podría apoyarla. ¡Así que deberías ir tú!
Si no, entonces espera aquí sin preocuparte —dijo en un tono calmado mientras otros empezaban a acercarse a ellos.