—Entonces, ¿cómo quieres que queme el edificio? —preguntó Rafael mientras miraba los grandes edificios que habían cubierto la mitad del pueblo.
El mercado negro no era pequeño y nunca dormía, con gente que venía aquí en medio de la noche a comprar cosas que no se atreverían a comprar a plena luz del día.
Ella observó la inmensa cantidad de gente que entraba y salía de ese oscuro lugar lleno de luces como gemas brillantes en la oscuridad.
—¿Tenemos que salvar a todos ellos? —preguntó ella, provocando un ceño fruncido en la bondadosa Anne, quien no entendía por qué dejarían a algunos arder cuando Rafael iba a destruir este lugar.
—No muchos se irán, incluso si los advertimos. Y si intentáramos demoler el lugar legalmente, entonces tomaría una eternidad. —explicó ella, solo para ganarse un suspiro de Anne, quien apretó sus delgados labios en una línea recta como si estuviera enojada con la respuesta de Hazel.