Miró hacia él con los ojos agrandados que eran mayores que platos mientras su cuerpo entero se volvía rígido.
—¿Quería matarla? ¡Sí! Pero no fue él quien la mató. Él simplemente sostenía la daga pero fue ella quien cubrió sus manos y jaló la daga hacia su cuerpo y se atacó a sí misma.
Él siguió sosteniendo la daga y mirándola a ella, que gritaba pero sus ojos estaban tan calmos que él podía ver que la urraca era falsa.
Pero, ¿por qué?
—¡Aahhhh!
—¿Qué está pasando en el mundo? —Él sacó la daga de su cuerpo con la intención de atacarla de nuevo.
No sabía lo que estaba planeando pero sabía que ella era peligrosa y debía morir. Esa era su oportunidad de matarla.
Con ese pensamiento la atacó con más fuerza esta vez. Esta vez, no atacaría su abdomen sino sus órganos vitales.
Sus ojos se llenaron con el deseo de matarla pero justo cuando la daga podía tocar su pecho donde estaba su corazón, la daga fue sujetada por Rafael.