Hazel podía sentir los intensos ojos de Luciano clavados en ella en el momento en que salió del carruaje.
Él había tomado la iniciativa de sostener sus manos pero ella negó con la cabeza.
—Estamos en territorio de mi padre y aún soy la esposa de Rafael. Aunque él quisiera dejarme, todavía hay tiempo y tenemos que comportarnos de esa manera por el momento —ella advirtió. Esperaba que él ya entendiera eso.
Pero se sintió mal cuando notó cómo su cara se llenaba de decepción pero pronto asintió con la cabeza y se puso de pie correctamente.
—Es solo que estoy abrumado de felicidad. Nunca pensé que podría caminar contigo de la mano —murmuró suavemente mientras bajaba la cabeza y luego retrocedía unos pasos.
Hazel quería asegurarlo pero antes de que pudiera decir algo, notó a dos hombres saliendo del palacio con uniforme de consejo.
El abrigo de seda roja sobre su camisa blanca y pantalones negros.