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Como corderos llevados al matadero, donde no tienen poder alguno ante el atado y sólo pueden esperar su muerte de manos del carnicero, los caballeros no parecían estar en mejor situación.
Una cadena invisible los había atado. Trataron de moverse, luchar, pelear y correr, pero nada funcionó. Sus cuerpos estaban congelados y sus armas habían caído hace tiempo.
La chica que estaba frente a ellos no era otra cosa que su muerte. Con su cabello plateado volando en el aire como si los vientos jugaran con él y sus ojos que eran más oscuros que el cielo sin luna con sólo un punto plateado en medio.
—¡Ella no era humana! ¡Una bruja! —Pero nunca habían visto a una bruja con ojos oscuros.
—Les di una oportunidad de redimir sus pecados pero me ignoraron —susurró suavemente y jurarían que habían oído la voz saliendo del inframundo.
Se acercó lentamente a ellos. Podía sentir sus luchas, pero eso sólo le daba más emoción para matarlos a todos.