—¡Tú! No te acerques más a mí —gritó él mientras intentaba mirarla con desafío, pero el pánico en sus ojos traicionaba su confianza. Lucía asustado de ella.
—No lo haré, por eso uso dagas —respondió ella en un tono como si le hablara a un tonto.
Ella ya había atacado tantas veces desde esta distancia y estaba segura de que podía matarlo fácilmente.
—¡Tú! ¿Cómo te atreves? —intentó levantarse pero otra daga voló sobre su cabeza arrancando su alma del cuerpo.
—Supongo que no querías vivir más. Tu deseo, a mí no me importaba mucho —se encogió de hombros mientras sacaba la última daga cuando sus ojos se abrieron de par en par.
Él había comprendido que su puntería era perfecta y que no estaba bromeando cuando dijo que podía matarlo.
—Espera... ¡espera! Solo lo hice para deshacerme de mi padre. Ahora soy el emperador. Todo está bajo mi control. Estaba cansado de sus órdenes y de la forma en que él me trataba. Como si solo fuera un peón.