El miedo comenzó a deslizarse en su corazón, pero más que eso, el odio hacia el hombre que pensaba que ella no era más que una muñeca desaliñada.
—¡Lo lamentarás! —escupió mientras su consciencia disminuía. Podía sentir el sabor metálico llenando su boca y su cabeza estaba húmeda y teñida de rojo.
Si continuaba así, no sobreviviría mucho tiempo, pero eso no significaba que aceptaría ese destino.
Si la situación empeoraba, se suicidaría antes de darle a él la oportunidad de usar su cuerpo.
Sus ojos ardían de ira cuando lo miró fijamente y él dejó de golpearla por un segundo mientras rechinaba los dientes. Su cara estaba enfurecida. No podía creer que la mujer aún lo estuviera desafiando.
Aunque era más sangre que saliva la que escupía, eso no cambiaba el hecho de que la estúpida bruja aún lo miraba con desprecio.
—Las mujeres como tú son realmente tontas. ¿Crees que eres una guerrera, una caballero que está sacrificando su vida por el bien mayor de otros? —se burló él.