Rafael siempre había matado a las brujas sin piedad. Nunca le había importado si eran hombres, mujeres o niños.
Si él muriera, podrían vivir libremente de nuevo. Podrían recuperar todo lo que habían perdido. No sabía cómo había comenzado la guerra, pero podría terminarla con solo una flecha.
Sus pupilas se dilataron al recordar todos aquellos gritos que había sufrido al perder a su familia y miembros del aquelarre.
Sus ojos brillaron y la flecha que yacía a sus pies comenzó a flotar en el aire.
Aun si alguien lo viera, no dudarían de él. Para ellos era un humano, no un brujo.
La flecha comenzó a flotar y, lentamente, se apuntó hacia Rafael. Empezó a temblar mientras la voluntad de su amo aún no era firme.
Pero él cerró sus manos con fuerza y se concentró. Pronto la flecha danzó con el aire y voló hacia Rafael, quien aún estaba ocupado enfrentando tantos ataques a la vez.