Con los tacones golpeando el humedal, Hazel caminaba hacia el carruaje murmurando maldiciones bajo su aliento.
No solo la había utilizado como él quería, incluso se comportaba como si fuera una mascota. Acariciando y despeinando su cabello, ¡qué se creía él!
Ella abrió la puerta de golpe para entrar cuando sus ojos se abrieron de par en par y dio un paso atrás. Sostenía la puerta firmemente para asegurarse de no caer hacia atrás cuando se quedó mirando a la bruja que la estaba mirando fijamente. Sus malvados ojos brillaban intensamente mientras su rostro tenía esa mirada odiosa como si, dada la oportunidad, destrozaría a Hazel en pedazos.
—¡Tú! ¡Tú eres la responsable de esto! —murmuró mientras sus labios empezaban a moverse en un susurro que no podía ser escuchado por los humanos.
Hazel se cubrió los oídos mientras los murmullos empezaban a atormentarla. Sentía que el mal le chillaba en los oídos. Susurros que la perseguirían por edades.
