Caminando bajo la mirada atónita del humano que esperaba una reacción distinta del señor, Rafael y Alfred se sentaron en el carruaje sin mirar atrás ni una sola vez.
—Mi señor, ¡el chico sabía demasiado! ¿Y si abre la boca y empieza a decir tonterías por todo el pueblo? ¿No estamos matando a tantos espías para ocultar los hechos? —Con una expresión de molestia en su rostro, cerró la puerta y pronto el carruaje de cuatro caballos arrancó, pero el aburrido hombre no respondió a su ayudante hasta que salieron del edificio.