El esclavo continuó mirando a su señora con desconcierto. Con esas manos suaves y figura frágil, ¿sería capaz de manejar la fuerte espada?
—¡No! Solo traería dolor a sus muñecas y sus manos se volverían callosas.
Frunció el ceño ante ese pensamiento y su rostro se oscureció.
Hazel sintió que el chico la miraba con desdén mientras su mirada se detenía en sus manos y la mueca en su rostro se intensificaba.
¿La estaba subestimando, pensando que era débil y que no sería capaz de soportar la presión ni siquiera por un día?
Se puso más erguida, adelantando su pecho y cerrando sus suaves manos en un puño.
—Si tienes tantas dudas, ¿por qué no lo intentamos? —Antes de que el hombre pudiera negarlo o insultarla, ella ya se había movido y tomó la iniciativa de coger la espada de madera destinada a su compañero y apuntó a su cuello.