Secándose las manos con la servilleta, Hazel había dado unos pasos cuando escuchó la voz desesperada del hombre, a quien ella habría considerado mudo y sordo por su falta de respuesta.
—¿Por qué? ¿Por qué me abandonas?
Sería una mentira si dijera que no se sorprendió. ¿No debería él estar feliz y agradecido de que ella le estaba dando la libertad? ¿Por qué la llamaba con tal necesidad como si ella estuviera detrás de su perdición?
Manteniendo sus pensamientos a raya, se volvió con una cara inexpresiva y lo miró desde arriba,