—¿Domesticar... ¿ellos? —Ainsley parpadeó. Se giró bruscamente y miró hacia arriba al Padrino con una mirada extraña.
—¿Domesticar los demonios internos? ¿Estás loco? ¿Acaso no necesitamos aplastar esos demonios y liberarnos? ¿Domesticarlos? ¡Vaya!
El Padrino había predicho la reacción de Ainsley, por lo que no se sintió ofendido porque ella mostrara sus sospechas de esa manera.
Con sus manos en la mejilla del bebé, el Padrino se encogió de hombros.
—Otros te dirán que aplastes a estos demonios, pero escucha a este señor. Es más beneficioso domesticarlos —dijo.
El Padrino miró a uno de los demonios internos y sonrió.
—¿Ves cuántos demonios internos hay dentro de tu mente?
—Hum...
—Puedes reunirlos para crear un aura sedienta de sangre o algo así... ah, es como intimidación, ¿sabes? —explicaba el Padrino mientras casualmente amasaba la mejilla de Ainsley una vez más.