—Retírenlos de la enfermería y traigan otro grupo de soldados aquí —ordenó Rosalind, su voz tensa por el agotamiento. A pesar de su propia fatiga, no tenía más remedio que continuar.
La Oscuridad había demostrado ser efectiva en sanar a los soldados, pero la batalla estaba lejos de terminar. Sus cuerpos permanecían debilitados, requiriendo cuidados diligentes para asegurar una recuperación completa.
Rosalind se reclinó en su silla, su rostro pálido por la tensión de canalizar la Oscuridad. Cerró los ojos, buscando un momento de respiro en medio del caos. Sin embargo, los susurros persistían con sus urgentes advertencias resonando en su mente.
—Corre... ellos vienen... corre —la voz en su cabeza resonaba.
Ella no hizo ningún intento de ocultar su tormento. Los susurros implacables habían pasado factura, debilitando no solo su cuerpo sino también su espíritu. Tomó una respiración profunda, anhelando un breve instante de tranquilidad.