—He pasado una tarde maravillosa hoy. Gracias por invitarme a almorzar —se giró Eva para decirle.
—Tienes que agradecértelo a ti misma, Genoveva. Sé que te esforzaste mucho para ser institutriz y que has estado buscando familias que te contraten —Noah ofreció sus palabras de aliento interminables—. Sin olvidar que te dije que me sentía mal por no haber podido invitarte a la celebración de convertirme en Duque.
Una sonrisa se extendió en los labios de Eva y asintió con la cabeza. Todavía estaba agradecida de que Noah, que no solo era el hijo del Duque sino ahora un Duque, hubiera sacado tiempo de su apretada agenda para comer con ella.
—La próxima vez te invitaré yo, Noah —afirmó Eva, y Noah no rechazó la idea.
—Lo espero con ganas —respondió él sonriendo y la observó. Las hebras de cabello rubio dorado de ella no eran menos que un rayo de sol. Su rostro tenía una expresión pura cuando miraba por la ventana.