De vuelta en la Estrella Azul, Escarlata se dirigía a una multitud de más de cien mil personas que se habían reunido bastante rápido con poco aviso. Estos eran la mayoría de los residentes de la Estrella Azul. Dado que estaba deshabitada en un 99%, la mayoría de los ocupantes de este planeta vivían cerca del basurero. Lo hacían porque había seguridad en números.
Cuando llegaba la temporada fría y las bestias mutadas aparecían, era más seguro estar con otros que por tu cuenta.
La mayoría de estos residentes se reunieron porque por primera vez, la gobernadora de la Estrella Azul quería dirigirse a ellos. Para ellos, la gobernadora era una figura inútil porque no contribuía en nada a su bienestar y, sin embargo, corrían rumores de que tenía la intención de cerrar el basurero.
Ninguno de ellos había ido a trabajar hoy porque la pequeña fábrica estaba cerrada y muchos estaban confundidos, enojados y desesperados.
—Sé que nunca he conocido u dirigido la palabra a ninguno de ustedes oficialmente y me gustaría disculparme por eso. Ahora no quiero que perdamos tiempo, así que voy a ser directa —Escarlata utilizaba un megáfono para hablar a la multitud—. A partir de ahora, no aceptaremos más basura de los otros planetas. La Estrella Azul no es su basurero personal.
Unas cuantas voces de descontento se oyeron.
—Nos vamos a morir de hambre —una voz fuerte y potente se escuchó entre la multitud y alguien se abrió paso hacia el frente. Era un joven fornido que tenía una mirada de enojo en su rostro. Con él estaba un hombre mayor cuya mano sostenía—. Ese basurero ha estado aquí mucho antes de que su familia se mudara. Nos alimentamos de las pequeñas ganancias de lo que rebuscamos. Tal vez su noble familia pueda permitirse alimentarse, pero el resto de nosotros, la gente normal, somos diferentes.
Sus palabras exaltaron a la multitud y corearon unánimemente "No al cierre del basurero".
—¿Es esto una manifestación? —Escarlata le preguntó a Adler, que estaba cerca de ella.
Detrás del pódium improvisado donde el resto de la familia estaba de pie, el brazalete de Justin vibraba. El niño miró su muñeca y se dio cuenta de que recibía una llamada de alguien que rara vez lo contactaba. Aun así, sonrió y respondió a la videollamada.
—Hijo —Esong dijo torpemente.
—Padre —Justin respondió igual de torpe.
—¿Estás bien? —preguntó Esong.
—Mmm —Justin asintió.
—La próxima vez que alguien te abuse de cualquier manera puedes decírmelo. Me ocuparé del asunto si tu madre no puede manejarlo.
—Madre está enferma —Justin respondió.
Esong se quedó callado, sin saber qué decir a continuación. Él y Escarlata no tenían una comunicación positiva; de hecho, no tenía comunicación con ella. Por lo general ella llamaba, enviaba correos y mensajes de texto, pero él nunca respondía. Si ella estaba enferma, no tenía idea de qué la aquejaba. Francamente, también tenía dudas sobre esta supuesta enfermedad de la que nunca había oído hablar, por lo que no pudo responder adecuadamente a su hijo en ese momento. Por suerte para él, Justin cambió el video de sí mismo a Escarlata, que estaba dirigiéndose a la multitud. A regañadientes, Esong observó su discurso.
—¿No están todos cansados de vivir en la pobreza más absoluta? —Escarlata preguntó a la multitud y las voces de protesta se apagaron.
Estaban cansados de vivir en la pobreza, pero ¿qué podían hacer al respecto? A la familia real no le importaba la Estrella Azul y la mayoría de los ocupantes eran descendientes de criminales que no podían dejar nunca este planeta abandonado.
—¿No están cansados de alimentar a sus hijos con esos batidos venenosos que no tienen ningún valor? ¿No están cansados de vivir como bestias? ¿No están cansados de ser el hazmerreír de los otros planetas estelares de este imperio?
—Sí —respondió la multitud.
—Entonces síganme y les prometo que los llevaré a todos a una vida que la gente de la capital envidiará —Escarlata rugió.
Se parecía a una política consumada en un mitin de campaña prometiendo el cielo y la tierra a la gente.
Dez, que había regresado para hablar con Esong, dejó caer los papeles que tenía en las manos. ¿Está loca Escarlata? se preguntaba. La capital era el lugar de los sueños; era el lugar al que todo ciudadano de cada planeta anhelaba mudarse. ¿Cómo podía hacer una promesa así?
Por otro lado, Escarlata, que no sabía que su esposo estaba observando todo esto, continuó con sus promesas. —He visto libros que representan el mundo antiguo y era hermoso. Puede que no hayan vivido en rascacielos de mil pisos o conducido coches voladores y mechas, pero vivían prósperamente.
No necesitamos edificios que tengan mil pisos para ser felices; podemos vivir en edificios de cien pisos. No necesitamos sus batidos altamente nutritivos, podemos obtener toda nuestra nutrición del suelo, con comida real.
Si cultivamos la tierra nos haremos ricos, todos nuestros hijos irán a la escuela. Tendremos hospitales, parques de atracciones, playas y todo lo que en el mundo pudiéramos soñar. Querrán mudarse aquí para cuando hayamos terminado.
Compraré todos esos escudos costosos para proteger nuestras ciudades de los ataques de las bestias mutadas. Nunca tendremos que dormir con un ojo abierto por miedo a nuestras vidas.
La estrella azul es nuestro hogar, es una tierra de leche y miel que fue bendecida por los Dioses y al no utilizar los recursos que se nos han dado, avergonzamos a los Dioses.
—Les pido a todos que crean en mí ahora y hagan lo que digo y verán milagros —hablaba tan fervientemente y con tanta elocuencia que sus palabras encendieron un fuego entre muchos en la multitud, especialmente entre los jóvenes.
Odiaban sus circunstancias, aborrecían la pobreza en la que se les obligaba a vivir y tenían sueños y esperanzas que estaban a punto de morir. Sin embargo, las palabras y promesas de Escarlata habían desenterrado esas esperanzas de cualquier parte del cuerpo en la que las hubieran enterrado y las habían traído a la superficie.
Muchos en la multitud gritaron y vitorearon con energía. El rugido era tan contagioso que su familia también se unió en voz alta. Le recordaba a los fanáticos del fútbol en la Tierra que se regocijan tras la victoria de su equipo. Sin embargo, les pidió a todos que se calmaran porque todavía tenía más que decir.