—Si tan solo pudiese encontrar veneno —murmuró Niyasa en voz baja—. No para matarme, sino para matar a otros. De ninguna manera planeaba morir, ya que estaba decidida a alcanzar la grandeza que había imaginado para sí misma.
Ser la esposa de un príncipe, o mejor aún, de un rey. Ese había sido el sueño de Niyasa Blackthorn. Todo lo que necesitaría hacer era vestirse elegantemente y disfrutar de los chismes. Aunque no mucha gente lo reconocía abiertamente, ella sabía que era un sueño compartido por muchos.
Niyasa empujaba la fregona hacia adelante y hacia atrás sin cansarse. Había estado a bordo de este inútil barco pirata durante semanas y se había vuelto experta en el arte de limpiar suelos. Cuando uno de los piratas pisoteó despreocupadamente el área que ella acababa de limpiar, su rostro se torció en un gesto de disgusto y su mandíbula se tensó de frustración.