Narra Kemal
Bahar se alejó de mí, era como si una pared de concreto invisible hubiera estado entre nosotros, impidiendo el paso para consolarla. Me deprimía no poder calmar su dolor, y me lastimaba saber que jamás iba a poder estar a su lado.
Hubiera querido que se olvidara por un momento de todas esas diferencias que existían y que me confesara todo, que compartiéramos ese dolor de haber perdido nuestra hija. Pero ella no se atrevía a confesarlo, ella no se atrevía a decirme nada; prefería el silencio. Prefería callar. Tal vez era porque no fui lo suficientemente seguro para confiar en su palabra.
Me maldije por haberla culpado, por haberle dicho tantas cosas hirientes, por haberla incriminado cuando era evidente su sufrimiento. Yo la hice sufrir con mis palabras y eso era algo que nunca me perdonaría.
Le dije que era un monstruo...
Que solo pensaba en ella y que no era más que una chiquilla egoísta. Me dejé llevar por el impulso de mis emociones porque, cuando supe que Bahar estaba embarazada de una niña, volví a ser aquella persona a la que herí en el pasado; volví a ser aquel joven con el corazón hecho trizas.
Me ahogué, mi corazón volvió a destruirse, la ira me invadió. Siempre había querido ser padre de una hermosa niña, era y seguía siendo mi sueño, y si esa niña hubiera nacido, sin duda hubiera sido la luz de mis ojos; por eso me dolió tanto saber que ese sueño no se hizo realidad. Me costó entender desde el principio que nunca estuvo en mis manos, que nunca lo supe hasta aquella vez.
Pero fue difícil abrir mi mente. Me dejé llevar por lo que había acontecido en el pasado cuando era evidente que ella seguía amándome. Qué tonto había sido.
No quería contarle lo que había escuchado porque ni siquiera era capaz de mirarla a la cara. Tan solo imaginar su mirada, las palabras despectivas que diría, me oprimían el pecho. Y lo merecía, cada palabra, cada insulto. No me importó restregarle esas palabras cuando su mirada pedía en silencio consuelo. Debí abrazarla independientemente de cuál fue su decisión, pero fui un déspota y cruel. No fui empático; no le mostré importancia a su dolor y me dejé llevar por las mentiras de Melek cuando debí preguntarle a ella y solo a ella.
Debí quedarme en silencio, debí esperar a que ella se sintiera lista para hablar de aquello y debí mostrarle mi confianza para que se abriera conmigo y me dijera cómo pasaron las cosas.
Estaba furioso con mi madre. ¿Cómo puedo hacerle eso a su propia hija? Demonios. Era sorprendente la manera en la que me dijo esas mentiras, tan segura de sí misma, tan confiada.
¿Por qué no me dijo la verdad? No había necesidad de mentirme; ella no sabía que yo era el padre de la niña y, además, me conocía lo suficiente como para saber que jamás iba a contarle a nadie. ¿Acaso lo hizo para lastimar a su propia hija? ¿O porque yo soy su hijo y la percepción que tenía de ella cambiaría drásticamente?
La cabeza me iba a explotar de tantas cosas que estaban pasando en ella. Preguntas sin respuesta... Pero decidí abandonar mis pensamientos y centrarme en Bahar, que en ese momento quería emprender la huida en la motocicleta.
No podía dejarla cometer semejante locura. No estaba en mis planes abandonarla; ella no estaba sobria para conducir y, si sobria excedió la velocidad, estaba seguro de que ebria sería peor.
Ella se alejó cuando quise tomarla del brazo, así que insistí.
—No intentes tomarme —me pidió— esta noche no haré lo que digas, Kemal.
—No te dejaré aquí —le dije— no lo hagas más difícil, preciosa.
—Me tratas como una demente, Kemal —me reprochó— ¡Con toda esa tranquilidad!"Ven aquí, linda" "No lo hagas más difícil, preciosa" —hizo énfasis en esa palabra y rodó los ojos— la verdad es... que esta noche no quiero acatar órdenes.
—No son órdenes —repliqué— solo estoy intentando ponerte a salvo. Pero ya veo que tendré que tomar otro camino.
—¡Tómalo! No te estoy reteniendo.
No había entendido siquiera mis palabras. Ella pensó que iba a irme, pero no contaba con mi siguiente movimiento.
Ella no me dejó otra opción que sostenerla sobre mi hombro; su eje se inclinó hacia mi espalda y, cuando eso pasó, lanzó un leve chillido asustadizo.
—Déjame —pidió en un tono nervioso— Kemal, sabes que le tengo miedo a las alturas, ¡maldición!
—Tú me obligaste a hacer esto; no entiendes razones. No deberías preocuparte, no dejaré que te hagas daño.
Ni siquiera se movió; podía sentir su corazón acelerado y sus manos empezaron a adentrarse en mi camisa con rudeza por el temor a caer.
—Diablos, siento que la cabeza me da vueltas, Kemal —chilló sin siquiera poder patalear— por favor —masculló con angustia— te pido que me bajes.
—Eso es porque estás borracha —concluí muy seguro— no es porque te sostenga mal.
Cuando me moví, pude sentir su larga cabellera tocando mi hombro y su fragancia femenina, ligada con el olor característico del alcohol, estaba impregnada acariciando mi nariz. El roce de sus piernas en mi cuello y sus nalgas redondeadas y firmes se encontraban muy cerca y era algo fascinante.
—Cuando lleguemos a mi auto, te dejaré donde tus pies puedan tocar el suelo.
—¡No eres quien para tenerme como te plazca!
Con cada paso que daba, sentía cómo las uñas de ella se enterraban en mis costados. Podía sentir las palpitaciones de su corazón, las cuales eran aceleradas. No era mentira; desde pequeña, ella le temía a las alturas; no poder tocar el suelo con sus pies era un martirio.
Cuando llegamos al auto, lo rodeé para abrir la puerta delantera derecha y acomodarla en el asiento. La bajé lentamente al suelo, pero mis brazos descendieron a su pequeña cintura para evitar su escape. Logré atraerla hacia mí, aun cuando ella quiso poner resistencia, intentando zafarse de mi agarre.
—Debes regresar —me invitó— tu novia podría malinterpretar las cosas.
—No te dejaré —declaré— no deberías preocuparte por lo que crea Samira. En este momento, no puedo pensar en otra cosa más que ponerte a salvo... Ahora entra.
Miró hacia dentro, dudosa de proceder.
—No quiero ir a esa jaula —balbució, mientras su cabeza negaba— no quiero volver.
—No lo hagas tan difícil, pequeña —mi voz casi salió en modo suplicante— debes entender que no deberías estar en este lugar a estas horas de la noche y menos en tu condición.
—Este siempre será mi lugar, Kemal —pronunció, haciendo un puchero— al lado de mi hija es donde quiero estar —hizo una pausa, sollozó y llevó su cara a mi pecho. La recibí, le correspondí ese abrazo.
Quería preguntarle, decirle tantas cosas acerca de aquella vez, pero mi lengua no podía moverse cuando se trataba de aquello. No quería lastimarla; sabía que si le contaba sobre lo que había escuchado, su corazón se rompería en mil pedazos. Además, en su estado era peligroso. Tenía que llevarla a casa, asegurarme de que se durmiera en su cálida cama, sana, sin ningún rasguño.
Dios, es que estaba poniéndome nervioso no ver que ella estaba escuchando, me ponía nervioso que no accediera a permanecer a salvo bajo mi protección.
—No quiero irme —se negó— quiero seguir bebiendo hasta poder olvidar.
Cuando su voz llorosa llegó a mi zona auditiva, los ojos me ardieron. Amaba tanto a esa mujer que no podía verla sufrir, no lo soportaba. Quería detener ese dolor agudo que estaba sintiendo en su pecho; sin embargo, sabía que nunca sería posible.
—No dejaré que te hagas esto; no es sano.
—No hay... nada más doloroso... que esto —prosiguió. Todo ese alcohol que había ingerido estaba pasando factura y haciéndole efecto en su sistema, tanto así que su voz estaba cambiando. Su voz era pastosa; en lo que decía, a veces se trababa. Y las ideas que quería articular no eran muy coordinadas.
—Yo estoy contigo; no te dejaré sola... Hazme caso y entra al auto. ¿Sí?
Sentí cómo cada una de sus lágrimas derramadas empapaban mi camisa; llevé la mano a su nuca y la pegué más fuerte. Besé delicadamente su cabeza por encima de su abundante pelo. Y mientras la tenía entre mis brazos, quería suspirar por todas esas corrientes eléctricas que recorrían cada partícula de mi piel. Pensé que la última vez que la iba a tener así fue horas atrás, cuando le hice el amor por última vez, pero no fue así. La tenía entre mis brazos y deseé con todo mi ser que este momento se detuviera, que el mundo dejara de girar y estuviera, por una única vez, a nuestro favor, cooperando para que nuestras pieles volvieran a ser solo una.
—No me mientas —sollozó— me dejaste... sola... me abandonaste con todo este amor... que tenía para darte. Y todo por preferir a esa mujer. ¡Estoy furiosa, conmigo misma! ¡Maldición! Intenté alejarme de ti, pero tú siempre te las arreglas para torturarme con tu presencia. Con la excusa de que solo quieres salvarme, pero yo no te necesito.
Quiso empujarme; sin embargo, no la solté, me aferré más a su pequeño cuerpo y solo me quedé en silencio, sintiendo cómo cada palabra se enterraba en mi pecho en un dolor aplastante.
Ella dejó de luchar, pero no dejó de llorar de una forma desconsolada.
—¡No sabes cuánto he querido odiarte! —refunfuñó con furia— no sabes cuánta ira tengo ahora.
—Dime todo lo que quieras, desahoga tu rabia todo lo que quieras conmigo, pero déjame llevarte a casa.
Subió levemente su cabeza y me miró a los ojos; aproveché para limpiar las lágrimas que estaba derramando con mi dedo índice.
—Me iré a casa —aceptó— solo con una condición...
—¿Y cuál es?
—Si desapareces de mi vida.
—No me iré, Bahar; no lo haré —declaré— no te dejaré así —fruncí el ceño y mi cara se desencajó en una mueca adolorida— tú me necesitas cerca; no estás bien. No lo estás.
—No juegues conmigo —farfullo colérica— ¿Te quedarás por lástima? Porque descubriste lo miserable que soy... ¿Por qué piensas que estoy tan desquiciada que no puedo cuidar de mí? —golpeó mi pecho y eso me hizo bajar la cabeza, adolorido; y rió como una maniaca— te diré algo: he cuidado de mí durante todo este tiempo, me he escapado tantas veces de mi casa... —apretó los dientes— me he embriagado en todas las discotecas de Estambul, he hecho tantas cosas en la clandestinidad... Mientras tú vivías tu vida tranquilamente en América. Y mírame —se alejó lentamente e hizo un ademán con las manos sobre su cuerpo— estoy viva. Deja de preocuparte por mí, no te necesito. Si quieres, lárgate, hazlo. No te voy a permitir que me continúes restregando en la cara tu matrimonio con esa mujer.
Quise atraerla hacia mí nuevamente para que esa tranquilidad traspasara la armonía que necesitaba su sistema nervioso para regularse.
—¡No me toques! ¡Maldita sea! —chilló, se apartó de mí y casi tambaleó; se tuvo que contener de la puerta del auto para no perder el equilibrio.
—¡Diablos! —exclamé impaciente— Bahar, entra al auto, en este mismo instante. ¡Entra!
Tomé su brazo con firmeza; no quería lastimarla, pero ella no quería colaborar y debíamos irnos. Era peligroso estar en el cementerio a esas horas de la noche.
—¡Me estás lastimando, Kemal! —protestó en un chillido— ya suéltame, no seas imbécil.
Y la besé, callando toda esa ira por un momento. Mis labios se estamparon contra los suyos y ni siquiera la dejé protestar. Abrí mi boca y devoré sus labios con brusquedad. Mi mano se aferró a su nuca con fuerza, y mi otro brazo libre la atrajo hacia mí en un agarre brusco. Sentí cómo cada músculo de mi cuerpo se destruía lentamente con cada descarga. Ella me correspondió, aturdida, intentando mover sus labios al mismo compás que los míos. Mi lengua entró a su boca y tocó la suya, colonizando cada rincón de su exquisita textura. Su sabor a menta, mezclado con el alcohol que había ingerido, me embriagó y me volvió adicto a sus labios. Demonios.
Hice una pausa, mi frente quedó pegada a la suya; no podía respirar, sentía que me asfixiaba, sin embargo, no dejaba de querer estar probando esos dulces labios.
—Tú me obligaste a hacer esto —susurré contra su respiración agitada— si de verdad no quieres que esto se convierta en algo más, entra al auto.
Sus ojos estaban cerrados como si estuviera fuera de sí, como si hubiera entrado en una especie de trance. Abrió los ojos levemente y su ceño se frunció levemente.
—¿Esa... esa es tu excusa para devorarme la boca cada vez que te plazca? —cuestionó, agitada.
—Intenté todo; sin embargo, nada surtió efecto en ti —repliqué— solo pude callarte con esto. Con mis besos —moví mi cara y su nariz se acopló levemente con la mía— por favor, Bahar, haz lo que te digo. Es por tu bien.
—¿Te estás aprovechando de mí? ¿Quieres utilizarme cada vez que te plazca? Primero me dices que te largas con esa, nos despedimos, y luego me persigues, no me someto a tus órdenes y me besas. ¿Estás actuando como un inmaduro? ¡¿Por qué no te vas con tu mujer y me dejas en paz?!
—Samira partió —respondí— ella se fue esta noche.
Se quedó en silencio analizando las palabras que le dije.
—¿Qué?
Tragué saliva.
—Sí, ella se fue...
Quería decirle que, aunque ella hubiera estado, sin dudarlo, de igual manera hubieras estado a su lado persiguiéndola, asegurándome de que todo estuviera en orden.
—Eso no me importa —habló luego— ah, ¿por eso estás aquí? —concluyó con amargura— quieres volver a cogerme, ¿no es así?
Negué.
—Por supuesto que no, no quiero eso, no quiero lastimarte... Solo déjame cuidarte, Bahar, por favor.
Lamió sus labios y negó con la cabeza.
—No me hables así, Kemal —su voz salió magullada y llorosa— no podemos estar en el mismo lugar... Cruzaste la línea y sabes lo que pasa cuando cruzas la línea; nos acostamos. Y eso solo alimenta mi sufrimiento porque tú no estás dispuesto a estar conmigo.
La huella de sus labios todavía estaba latente en los míos y lo que provocó en mí estaba silenciando mi estado racional.
—Quisiera estar contigo —maldije dentro de mí por mantener mi indecisión. Diablos, no quería lastimar a nadie. Quería una explicación, pero sabía que si la obtenía, las cosas iban a cambiar drásticamente.
Volví a poseer sus labios de una manera voraz, desesperado, incendiando cada rincón de nuestras pieles. Me urgía tenerla entre mis brazos, acariciándola en su cabello hasta que cayera rendida en su cálida cama. Tan solo para calmar esos recuerdos que la estaban atormentando. Todo lo que había escuchado anteriormente sobre cómo pasaron las cosas me estaba haciendo cambiar de parecer; sospechaba que había algo más que no me decía, pero, ¿por qué?
Entonces pensé en Gül... Tal vez, si me acercaba a ella, mis preguntas obtendrían respuestas. Estaba casi seguro de que ella lo sabía; tenía esa corazonada. La buscaría y le iba a suplicar que me confesara todo.
(...)
Bahar se quedó dormida en mis brazos luego de darle un baño con agua fría en la ducha. Fue difícil porque no había dejado de llorar por cosas que no quiso compartir conmigo.
Acaricié su cabello levemente mojado y cobijé su pequeño cuerpo, el cual estaba muy aferrado a mí.
Besé sus mejillas con ternura y delicadeza y me removí, con cuidado de no despertarla.
Me aseguré de que todo estuviera cerrado antes de salir y, cuando cerré la puerta de la habitación, la aseguré para que no volviera a escaparse.
Resoplé y me di la vuelta y me encontré con esa chica de larga cabellera y ojos azules mirándome con atención.
—Señor... ¿Cómo está la señora? —inquirió con timidez.
—¿Quién eres? —le pregunté con curiosidad— no te había visto por aquí, ¿eres nueva?
Sonrió con amabilidad.
—Soy la hija de Mónica —respondió— mi madre está enferma y me envió por ella.
—Comprendo —dije—. Escucha, niña... Quiero que atiendas esa puerta. No la dejes salir y sé discreta; que no se entere nadie, ¿ok? Te estaré eternamente agradecido.
—Por supuesto, señor, cuente conmigo.
—Aquí está la llave —tomé una de sus manos, las cuales estaban temblorosas— si se despierta, quiero que me llames a Gül; estaré con ella. ¿Cómo te llamas?
—Polina Coslov —respondió— un placer conocerlo, señor.
—Soy Kemal, puedes llamarme Kemal. No me defraudes, voy a poner toda mi confianza en ti, niña. Ya sabes. Volveré en unas horas.
(...)
Le di un pequeño golpecito leve a la puerta y Gül hizo acto de presencia en el umbral.
—¿Kemal? —se sorprendió al verme— ¿Qué pasa? —abrió los ojos de par en par— no me digas que ocurrió algo con Bahar.
—Dios, Gül, ¿podemos hablar? ¿Puedes dejarme pasar? No te incomoda, ¿verdad?
Me moví inquieto; no quería que nadie nos viera.
—Por supuesto que no —se apartó de la puerta para dejarme pasar—. Al contrario, necesito saber qué es lo que sucede contigo.
Cerró la puerta con llave.
—¿Qué es lo que sucede contigo, Kemal? —resopló— estás perdiendo la oportunidad de estar con Bahar.
—Es difícil, Gül —me animé a decir— no sabes cuánto. Y... Quiero saber una cosa...
—Primero quiero que me digas lo que sucede; estoy preocupada. Tu madre se fue, Bahar ordenó que empacaran sus cosas y la echó de aquí.
En otro momento de mi vida, hubiera molestado, pero después de que supe qué fue lo que pasó entre ellas, no iba a entrometerme en eso; sería muy descarado de mi parte apoyar a mamá cuando ella le hizo daño.
—Estaba furiosa, tanto así que estuvo a punto de hacer un escándalo —continuó— Emir tuvo que intervenir para que la servidumbre no los viera. Dios, todo esto se ha convertido en un circo.
—Gül, necesito que me digas qué pasó con mi hija, por favor, cuéntame todo. La verdad.
Se tensó y me dio la espalda.
—¿Qué es lo que sabes? —inquirió.
—Lo sé todo, pero... pero necesito que respondas una pregunta...
—¿Cuál es tu pregunta? —cuestionó.
—¿Por qué Bahar se casó con Emir?
—Le prometí a Bahar que no iba a decirte nada; no puedo traicionarla así, Kemal. Debes entender.
—Estoy desesperado; solo quiero entenderlo, por favor, eres la única persona que no me va a mentir.
Se quedó en silencio analizándome, dudosa. Y respiró profundamente.
—¿Sabes qué? Al diablo, te diré todo. No puedo permitir esto; sería demasiado estúpida si me lo guardara. Pero debes prometerme que no vas a actuar como una persona desquiciada porque eso sería una total locura. Deberás digerirlo sin rechistar, sin despotricar en contra de tu madre.
—Te lo prometo.